31.10.12

Els agrada la pela

El entrañable Billy Wilder comparaba a su genial colega, Ernst Lubitsch, con otros directores cinematográficos, tirando de números: el que tiene miedo siempre dice dos más dos son cuatro, o uno más tres son cuatro, o uno más uno más uno más uno son cuatro, mientras que Lubitsch solo dice dos y dos, y espera que el público lo sume para saberlo también. Traduciendo matemáticas a lenguaje, lo que Wilder venía a decir es que Lubitsch se limitaba a sugerir y confiaba en que la inteligencia del espectador hiciera el resto. Por alguna extraña razón, no consigo quitarme este añejo comentario de la cabeza en los últimos días. Será, a lo peor, porque los mandamases del PP pertenecen a la raza de los que tienen (mucho) miedo y nos toman por tontos; porque de otra forma no se entendería la chiripitiflaútica precampaña electoral que están perpetrando en Cataluña, en la que un par de videos han convertido a un puñado de líderes peperos en el hazmerreír político del momento: "Ens agrada Catalunya", se titula el invento, y en él se recurre a peregrinos argumentos para demostrar un impostado amor por la tierra de los infieles; olvidan las huestes genovesas que los infantes sin españolizar a los que parecen dirigirse no votan en las próximas elecciones catalanas. A la única a la que le traiciona el subconsciente es a la sincera alcaldesa de Sanxenxo: "Por lo que nos regaláis… nos gusta Cataluña". Haber empezado por ahí: ¿para qué defender un programa político contra la desastrosa gestión de CiU en esta abortada legislatura cuando lo único que importa es la pela? Miedo. Tienen miedo; el mismo que sus marciales hermanos de la vomitiva Fundación Francisco Franco, que proponen decretar el "estado de guerra", destituir al "presidente-delincuente" de la Generalitat y enviar al Ejército "para apaciguar Barcelona".

29.10.12

Las fieras literarias

Si no fuera por los plausibles sobresaltos que se producen en su seno de cuando en vez, el mundillo de las letras patrias languidecería sin remedio: siempre fueron bienvenidos, por revitalizadores, los exabruptos cotidianos de Cela; los rutinarios egotrips de Umbral; las rancias largadas de Pérez-Reverte; o la salvaje agarrada que mantienen Arcadi Espada y Javier Cercas a cuenta de la realidad y la ficción. Por eso, la flamante salida de tono de Javier Marías al rechazar el Nacional de Narrativa me ha devuelto la fe en la combatividad de nuestra aletargada literatura. Arguye el escritor madrileño, para defenderse de la politización de su gesto, que no acepta galardones oficiales y estatales ni, mucho menos, remuneraciones públicas. Sea. Aunque no olvidaremos que hubo un día en que sí aceptó premios y dineros públicos, quizá porque tanto lo uno como lo otro le hacían más falta que ahora. Mayor alcance tuvo, hace ya casi dos décadas, Andrés Trapiello al advertir que, "cuando el Estado dice que tal libro o tal autor es mejor que otros, está ejerciendo una moralidad indecente, pues no hay una ley que se lo permita, una moralidad hipócrita, porque sabe que eso es así, y una moralidad banal, porque al final no consigue nada con ello". Sucede, sin embargo, que estas antidemocráticas prebendas oficiales permiten zarpazos como el que ha lanzado La [depredadora] Fiera Literaria al socaire: "Marías es el ente más negado para la escritura que ha existido desde el pleistoceno hasta la actualidad; quien peor ha manejado el castellano en todos los tiempos y lugares. Confunde el significado de las palabras, enreda la sintaxis como un nudo Gordiano, hace repeticiones que retumban en los tímpanos del lector desprevenido, se gasta un humor que hace llorar a las hormigas con alas…". Este, me parece, es el verdadero premio.

27.10.12

A estilo melacargué

Mira que me extraña, pero cada día estoy más convencido de que algún miembro del Gobierno, o de su nutrida legión de paniaguados asesores, es lector del terrible Houellebecq, que tiene escrito en alguna parte que "toda sociedad tiene sus puntos débiles, sus heridas" y que, con su sadismo habitual, recomienda: "Meted el dedo en la llaga y apretad bien fuerte". Porque en eso andan Rajoy y sus acólitos: hurgar en la herida por la que se desangra un país que acaba de registrar la mayor tasa de desempleo de su historia, al tiempo que se parchea donde menos falta hace; porque se requiere un buen estómago para asimilar que más de la mitad del flamante paro trimestral certificado venga provocado por eso que los endocrinos políticos denominan adelgazamiento de las administraciones públicas, y que no es más que una dieta diseñada a estilo melacargué, en la que solo se recorta la partida de personal. O sea que, a nuestros nutricionistas aficionados, les está saliendo un pan como unas hostias: ni van a cumplir los objetivos de déficit marcados ni serán capaces de detener la sangría del paro. Tan es así, que me llegan rumores de que la EPA será sustituida en breve por la EPI, pues solo analizando la población (in)activa será capaz de ofrecer algún resultado positivo un Gobierno (im)popular que fomenta las desigualdades sociales: los ricos son cada día más ricos y a los pobres… que nos vayan dando por retambufa. Solo nos dejarán dos opciones: exilio o suicidio, porque ya ni siquiera nos ampara el vilipendiado artículo 47 de la Constitución y, entre los desahucios privados y los públicos, están empezando a caer los primeros mártires por la causa, para que la Dolorosa Cospedal y sor Aya, plañideras mayores del PP, tengan motivos por los que llorar en serio.

25.10.12

No hay bien que por mal no venga


De todas las anécdotas elevadas a categoría que servirían para introducir la tesis defendida en este artículo, me quedo con la (pen)última de la que he tenido noticia. La recuerda el editor Manuel Fernández-Cuesta en eldiario.es: el 6 de diciembre de 1978, a la salida del colegio electoral en el que acaba de votar, el secretario general del PSOE, Felipe González, es preguntado por la vigencia de la Constitución que se terminaría refrendando esa misma jornada; su respuesta es de alucine: "Espero que decenios y decenios, y si es posible, de un siglo a dos". Era este un gesto sobrado -como tantos- que, sin embargo, desvelaba las intenciones de quien pilotaría la nave española en el primer tramo de la recientemente recuperada democracia. Porque hoy, treinta y cuatro años después de aquella antológica largada 'felípica', sabemos que González estaba echando mano de la retórica para adelantar, sintetizado, el futuro inmediato que aguardaba al país: la sinécdoque que ampliaba el radio de acción de la flamante Carta Magna hasta convertirla en lo que más tarde se dio en llamar la Cultura de la Transición (CT), entendida esta, según Amador Fernández-Savater, como el conjunto de "maneras de ver, de hacer y de pensar que ha sido hegemónica en España durante los últimos treinta años".

Lo que Felipe anunciaba era una época cerrada en sí misma, aunque vendida y aplaudida como aperturista, que se perpetuaría durante tres décadas y media -hasta hoy- gracias al subvencionado establecimiento de una tupida red de servidumbres y clientelismos. Pero la CT -acuñada para los restos por Guillem Martínez en un librito bueno, bonito y barato- está dando sus últimas boqueadas y ha llegado el momento de plantearse una muerte digna para con ella, siquiera sea por los servicios prestados: es hora de darle a probar de su propia medicina, o sea, administrarle una eutanasia activa que la remate definitivamente.

En 2012, El País ya no es el que era y este "trozo de planeta / por donde cruza errante la sombra de Caín", tampoco: el lector sabrá perdonarme el facilón juego de palabras, donde se debe entender El País como agonizante "intelectual colectivo-empresarial de la España posfranquista", según el traje dialéctico que le cortó a medida el profesor Aranguren tras su primer y exitoso lustro, y los versos de Machado como insuperable y eterna metáfora de un territorio condenado a no entenderse. Tampoco el mundo es el que era; y no, aquí no me refiero al particular microcosmos 'pedrojotiano' -que también agoniza-, sino al planeta que habitamos y a la sociedad de la que formamos parte, que malvive en estado de permanente efervescencia presentando todos los síntomas de las épocas revolucionarias: a un lado hay un monstruo moribundo pero al que aún queda resuello para seguir castigando a los más débiles; y al otro, se vislumbra una criatura todavía nonata que promete salvarnos de la tiranía del poder concentrado, pero cuyo parto se está eternizando.

En el ámbito doméstico, esta titánica lucha está castigando ferozmente a la figura que alumbró, amamantó, crío, y (mal)educó a la Cultura de la Transición: un Partido Socialista Obrero Español que hace décadas que dejó de ser "obrero", porque se amoldó muy pronto a la cultura del pelotazo y a la vida disoluta de la guapa gente; cuyo andamiaje "socialista" se vino abajo hace demasiados años, pues ha sido y es capaz de gobernar junto a cualquiera de las ideologías presentes en el arco parlamentario y apoyar, en comandita, propuestas de distinta ralea; y cuyo carácter "español" se viene desdibujando -Bono dixit- desde antiguo, ya que ha aceptado arrimarse a nacionalistas de izquierda y de derecha, más y menos radicales, con tal de aferrarse a un poder que le vuelve la espalda de forma cada vez más descarada. El único término que aún parece pertinente en su nomenclatura es "partido": por lo que tiene de participio del verbo partir más que como "conjunto de personas que siguen y defienden una misma opinión o causa".

Y en estas estamos, inmersos en una coyuntura en la que los medios vomitan sin solución de continuidad reflexiones acerca de cuál debe ser la estrategia a seguir por la formación que ha vertebrado la política nacional de las tres últimas décadas y, recreándose en la suerte, sobre quién debe ser el estratega que se sitúe al frente de ella. Los últimos batacazos electorales del PSOE están permitiendo desmesuradas collejas como la que Félix de Azúa atiza a Rubalcaba con guante de seda: "Es un hombre eficaz en tareas subterráneas, ocultas, comisariales, pero carece del menor atractivo político y no se le conoce una sola idea". Aunque parece harto dudoso que aportaciones como esta contribuyan a deshacer el entuerto.

Sea como fuere, ni el debate en torno a la figura del que haya de convertirse en futuro líder socialista ni el bizantino cacareo de las propuestas ideológicas que deban conformar el ideario inminente del partido, deberían preocupar en exceso. Sí debería ocuparnos, en cambio, lo que de ambos pueda derivarse: el PSOE detenta en la actualidad un poder menguado cuya escasa influencia amenaza con convertirse en residual; por lo tanto, el papel que puedan desempeñar sus próximos mandamases a la hora de asimilar las demandas de una sociedad desahuciada y su posterior defensa desde las instituciones, debería interesar y hasta importar.

El bipartidismo está a punto de irse al garete y los socialistas, para merecer nuevamente tal epíteto, deberían aproximarse a lo que algún día fueron, la voz del pueblo, sin recurrir, como les advierten desde su propio bando, a la "vieja trampa lampedusiana de querer cambiarlo todo para que todo siga igual". "Ha llegado el momento", demandan las (auto)denominadas Líneas Rojas, "de cambiarlo todo para que nada (o casi nada) siga igual".

Así que el PSOE tiene que aprender a desenvolverse en una coyuntura electoral inédita: el irrefrenable ascenso de la abstención, del voto nulo y del voto en blanco se ha erigido en el paradigma democrático de la desafección generalizada hacia la política, pero sobre todo hacia los políticos. Debe tomar buena nota el Partido Socialista de aquello que la sociología concluye sobre el actual estado de la cuestión: "Los más críticos son la gente de mayor estatus social y económico, de mayor educación, varones, no demasiado mayores, de grandes ciudades y… bastante de izquierdas o ajenos a la clasificación ideológica habitual"; una audiencia, por consiguiente, difícil de manejar/manipular, exigente, hastiada del statu quo y anhelante de una sociedad que pueda ser calificada, con rotundidad, como moderna. Hoy sabemos que las ideologías no han tocado a su fin, contrariamente a lo que aseguró hace medio siglo Daniel Bell, pero no ignoramos que en el siglo XXI las ideas progresistas están esparcidas irregularmente por varios credos. Aquel que sea capaz de unificar la fe de sus distintos correligionarios multiplicará sus posibilidades de éxito en el futuro, y entonces volveremos a creer que no hay bien que por mal no venga; porque la derecha amenaza con mantenerse firme, sostenida por una masa preocupantemente acrítica, por los siglos de los siglos.

23.10.12

Todos pierden

Carlos Floriano (PP) subrayó que fue "un gran día para la participación". Óscar López (PSOE), lo contrario: "La baja participación es un hecho muy preocupante". Lo impepinable es que la abstención se dispara (250.000 votantes menos que en 2009) y representa ya a un tercio largo de la población, lo que supone que nadie gana por sus favores: todos pierden. El PP recupera tres escaños en Galicia (aunque pierde 135.000 votos) pero se deja otros tres en País Vasco, donde retrocede a resultados de hace veinte años. La mayoría absoluta de Núñez Feijóo sale barata: se apoya en menos de la mitad de los votantes y solo un tercio del electorado. Con estos números, parece muy aventurado hablar de "respaldo a Rajoy", como hace la Cospedal y cacarea la prensa servil, que reduce el escrutinio al aval al presidente del Gobierno frente al hundimiento de Rubalcaba. En casa hacemos otras lecturas menos partidistas. Las efemérides casuales han afectado a los resultados, pero a la inversa. En Euskadi, un año sin ETA solo sirve para certificar que se premia a los verdugos y se castiga a las víctimas: el País Vasco se siente país y vasco (el 60% de su Parlamento será soberanista), pese al espejismo del último pacto constitucionalista. En Galicia, a diez años del Prestige, se sigue aplaudiendo a los responsables de la catástrofe y a sus herederos. A Rosa Díez le dan la espalda sus vecinos, mientras el resto de España, donde su demagogia no conoce rival, la sobrevalora. La regeneración democrática de Mario Conde deberá esperar hasta mejor ocasión. La desunión de las izquierdas regala pequeñas alegrías a la población indignada, pero su ineficacia queda probada. Por cierto, ¿hemos dicho ya que el PSOE continúa impertérrito su (in)feliz travesía de la nada a la más absoluta de las miserias?

21.10.12

La burla de Rajoy

El Falcon 900 es un pájaro francés que no viene contemplado en el libro gordo de la fauna europea: se trata de una especie diseñada por la compañía Dassault -la firma ya provoca tembleque- para el transporte VIP, y los gerifaltes españoles se pirran por sus onerosos huesecitos metálicos. Por eso la Fuerza Aérea Española, que derrocha en defendernos de enemigos que no tenemos los dineros que el Gobierno le hurta a la sanidad y la educación públicas, tiene aparcada una bandada de estos halcones gabachos en la base de Torrejón: para cuando apetece darse un paseo, pues sabido es que "la clase política viaja cómodamente a ninguna parte" -Toni Garrido dixit-. Ejemplo práctico: ver un partido de fútbol en Polonia el mismo día que se reclama un salvavidas euromilmillonario para nuestros ahogadizos bancos, dando cuenta de generosas lascas de jamón de a doscientos euros el kilo y chupando vino a botella por cabeza, cuya cuenta pagaremos los de siempre, los únicos que nos apretamos el cinturón… porque nos estamos quedando en el chasis. El último dispendio protagonizado por un halcón franchute ha sido acercar a Rajoy hasta su añorada Galicia para largar un par de mítines electorales. Y, claro, la izquierda mediática se ha subido a las barbas del presidente para recordarle que, cuando el ínclito Zapatero -que en gloria esté- se daba semejantes caprichos, al entonces opositor la cosa le parecía "burla tras burla", o sea, "reírse de los españoles, mofarse de los contribuyentes […] una prueba de prepotencia impropia de un gobernante democrático en el siglo XXI". Pues lo dicho, Mariano: yo también recuerdo con morriña, como Manuel Rivas, la época en que practicabas el "quietismo": tu etapa más fructífera, cuando te limitabas a "contemplar los efectos de la ley de la gravedad en el desplome de las manzanas socialistas".

19.10.12

La arrogancia de los estúpidos

Adivina, adivinanza: "Un sabio nacido en Cataluña al que los catalanes acusan de españolista y los españoles de separatista". No merece la pena esforzarse: algunos hay, mas su identidad no viene al caso; importa su diagnóstico, recogido por Raúl del Pozo en su penúltima columna mundial: 1) "Los estúpidos cada vez son más arrogantes"; y 2) "No es que el problema sea muy grave. Es que los gestores son muy pequeños". El asunto que se traen entre manos entrevistador y entrevistado es el affaire catalán, pero la solución que ofrece el sabio amplía las fronteras del objetivo: "Elecciones y cortes constituyentes, nueva constitución, nuevo sistema electoral, nuevas caras". O sea, que le venían dando vueltas a la martingala ineludible en las últimas semanas, la desconvergencia i la desunió, pero fueron a dar de bruces en una matraca aún mayor: la irrefrenable decadencia de la clase política española, a la que algunos reclaman a voz en grito una segunda transición. Estaban escribiendo, conscientemente, un nuevo capítulo en la incoherente (intra)historia del desprecio a una casta de cuyo mantenimiento son cómplices. Recordaba con tino hace unos días José María Izquierdo que parece no importar que "esos políticos hayan sido elegidos, hace apenas diez meses, por quienes ahora les vituperan", y nos refrescaba la memoria: "El 20 de noviembre de 2011 votó el 68,94% del censo, exactamente 24.666.392 ciudadanos", muchos de los cuales lo hicieron infectados por el "bonus por ambigüedad", aquel por el que los votantes prefieren el misterio (Rajoy) a un candidato que hable claro, según dicen los norteamericanos que saben de esto. Así que basta de criticar a quienes certifican lo que advirtió D’Israeli, que la política es el "arte de gobernar a la humanidad mediante el engaño". Demostremos que la estupidez no es contagiosa: dejemos de jugar a su juego porque solo así cambiarán algún día las reglas.

17.10.12

Mi primera manifa

Confieso que jamás había acudido a una manifestación. Nunca. Ni a favor ni en contra de nada. Que yo recuerde, a lo más que había llegado, en los días de gloria, fue a verme envuelto en la marabunta que festejaba alguna de las copas de Europa que se adjudicó mi enrachado equipo de fútbol hará una década… porque me caía de paso. Pero, voluntariamente, jamás me había subido a ningún carro reivindicativo. Era algo así como un parásito sociopolítico, un ser al que corría por las venas sangre resignada. Por escrito era capaz de liarme a goyescos garrotazos con cualquiera, pero en la calle no era nadie. No me manejaba bien en las multitudes. Con frío, me helaba; con calor, me asaba; con lluvia, me encogía; y, con viento, se me secaba el cutis. Me hubiera gustado personificar la cínica frase de Antonio Gamero que aseguraba que como fuera de casa no se está en ningún sitio, pero no podía. Era -para qué demorarme más- parte de la manoseada "mayoría silenciosa". Era, digo, porque lo peor ya pasó. Desde el domingo soy un hombre nuevo. En algún lugar volví a leer esta síntesis de Ralph Waldo Emerson: "La historia está llena, hasta nuestros días, por la imbecilidad de reyes y gobernantes. Son una clase de gentes […] que nunca saben lo que decir y hacer"; y esta lectura entró en combustión con la particular convocatoria del Gran Wyoming contra los recortes del Gobierno: una llamada a permanecer en casa el 14 de octubre a las siete de la mañana, para demostrar que la mayoría silenciosa no piensa muy diferente de la minoría ruidosa. Así que me planté, puntual, en mi primera manifa: metido en la cama, durmiendo a pierna suelta, con todas las consecuencias… para darle en toda la boca a Rajoy.

15.10.12

El hundimiento del Régimen

Siempre me ha inquietado, como a Simenon, "la diferencia que existe entre el hombre vestido y el hombre desnudo; es decir, entre este tal como es y como se muestra en público, e incluso como se mira al espejo". Por eso, ahora que el otoño se deja notar, me envuelvo gustoso, aunque asombrado, en los fascinantes ropajes reversibles que gasta el Rey de esta monarquía parlamentaria con espíritu republicano, para pasar el rato. El mayor de los borbones reinantes se ha convertido, de un tiempo a esta parte, en la diana -metafórica, pero también material- de buena parte de unos dardos mediáticos hasta ahora voluntariamente sometidos a su persona. Se multiplican los deslices de una casa real cuya doble moral flirtea peligrosamente con el hartazgo de sus súbditos, largamente silenciados por un valor tan gratuito como la campechanía. Dionisio Ridruejo le dijo a una vez a Franco: "Todo parece indicar que el Régimen se hunde como empresa aunque se sostenga como tinglado"; y ese parece el sentir nacional respecto a una forma de gobierno anacrónica y profundamente antisocial. La popularidad del Rey mengua con proporcionalidad inversa a las amantes, hijos bastardos y fajos de billetes acumulados que se le van descubriendo (¿presuntamente?) al ciudadano Juan Carlos. Consecuentemente, su majestad (de ustedes) ha comenzado a publicar unas misivas virtuales que no se sabe si van dirigidas al pueblo o a su familia -"En estas circunstancias, lo peor que podemos hacer es dividir fuerzas, alentar disensiones, perseguir quimeras, ahondar heridas"- y ha resucitado el NO-DO, con la connivencia de los servicios (des)informativos de la tele pública. Todo con el afán de ejecutar uno de los valores que el monarca destaca de la Transición democrática: "La renuncia a la verdad en exclusiva"; al que yo echo en falta una coma por alguna parte.

13.10.12

Defensa nacional


El editorial con el que el bastardo ABC posmoderno engalana su panegírico patriota en el que allende los mares aún denominan el día de la raza casi nos deja sin opción a la réplica: "Ser y sentirse español no representa actitud reaccionaria alguna, sino formar parte de una Historia extraordinaria e irrenunciable". Digo casi, porque me da en las narices que el editorialista de turno y un servidor manejamos conceptos radicalmente opuestos de lo extraordinario y, sobre todo, de lo irrenunciable. Por supuesto que renuncio a una (buena) parte de la historia de España que, causalidades de la vida, coincide punto por punto con los capítulos más aplaudidos por el vetusto diario en su longeva y mayoritariamente indigna andadura. Si me dan a elegir, me quedo con El Roto: "A mí me da vergüenza ser de cualquier sitio"; tanto más cuanto más extemporáneas resultan las largadas de indeseables como el ministro Wert, que ha resucitado la orden de la fascistoide Junta de Defensa Nacional del 36 que conminaba a españolizar la enseñanza, solo que ahora referida al trending topic de la temporada otoño/invierno: la (hipotética) independencia catalana. Incluso un Rey tan poco ejemplar como el nuestro se ha permitido afearle la conducta al mandamás de la cosa educativa en su llano lenguaje: "Le he dicho que está muy mal lo que ha hecho". Está fatal, jefe, porque el (para algunos) superdotado Wert no sale de un jardín cuando ya está hasta las trancas en otro y porque, de seguir por estos derroteros la deriva preconstitucional de nuestro Gobierno, no quedará más remedio que corregir al encomiable Edward Gibbon, que anotó en su monumental Decadencia y caída del Imperio Romano que Hispania "floreció como provincia y decayó como reino": hoy, aquella península histérica se desmorona como reino de provincias mal avenidas.

11.10.12

Boxeo dialéctico

A propósito del barómetro del CIS, reconoce David Trueba una duda: "Nadie sabe si lo que expresa es la opinión de la gente o el efecto de la opinión sobre la gente". Solución: "Las preocupaciones de la ciudadanía responden a las jerarquías de los medios". Una obviedad, vieja conocida de quienes nos dedicamos al asunto, que hoy parece más evidente que nunca. La comunicación de masas se limita a (des)informar lo justo mientras redobla sus esfuerzos opinativos, convirtiéndose en trasunto de lo que pasa en la calle. España siempre ha sido un mentidero en el que, a falta de pruebas, se elevan a categoría de acta notarial los rumores; una tasca en la que, entre chato y chato, se pone orden a lo divino y lo humano. España siempre ha sido eso, y la tele que nos parió está sacando tajada de nuestra querencia por los duelos dialécticos: las tertulias políticas se han apoderado de las parrillas, provocando arritmia incluso a los programas del corazón. Sucede, por desgracia, que los debates catódicos se parecen demasiado a la definición que Mailer hizo del boxeo: "Hombres ignorantes […] por lo general casi analfabetos, se dirigen el uno al otro por medio de un conjunto de intercambios de carácter conversacional que van directamente a los puntos más sensibles de cada uno de ellos". Consecuentemente, en los combates televisados gana a los puntos una indeseable reata de tránsfugas políticos, apestados mediáticos, difamadores profesionales y delincuentes de toda ralea que, por disimular sus carencias, se ciñe a redundar, con una caña o una copa de vino como parapeto, en el consejo de Hayden White: el "reajuste retroactivo del pasado". Traducido al cristiano: "Ya lo sabía/decía yo". Eso, hasta que se les cruza un peso pesado (in)formado que, mandoble intelectual de por medio, les deja nocaut.

9.10.12

El rescate interior

"Los políticos se han creído que el dinero era suyo", denuncia sin amilanarse el presidenciable gallego Mario Conde. Y no, el dinero no era de los políticos. El dinero fue, es y será de los banqueros, que lo acumulan a espuertas por las buenas o por las malas, como bien sabe quien fuera el yuppie por antonomasia de la España del pelotazo; quien aún siente el aliento de la justicia en el cogote por culpa de aquel robo milmillonario cuando era, según decían, el ejemplo a seguir. Los años en la cárcel reforzaron la ilimitada ambición y la tornasolada identidad política de este ladrón de guante blanco que fue centrista y estuvo a punto de ser socialista antes de transmutarse en derechón de toda la vida, hasta que la coyuntura le ha permitido independizarse, pero poco, de los hijos de Dios, la patria y el rey. Ahora que, como escribe Alvite, "el hambre ha dejado de ser un capricho para convertirse en un castigo", Conde y otros oportunistas carroñeros de la política nacional sobrevuelan nuestra cadavérica democracia con la malsana intención de pegarle un penúltimo bocado que calme sus insatisfechas ansias de poder. La volandera formación la completan, por el flanco opuesto, el cívico Anguita y el abierto Llamazares, que conspiran en público para hacer visible su (in)fidelidad a la izquierda (des)unida. Desde sus respectivas atalayas oyeron rescate y se ofrecieron voluntarios. Incluso hay quien asegura que ha visto asomar por los amenazadores cielos castellanos las plumas (y los picos) de Aznar, Espe, Felipe y Bono como rapaces postulantes a rescatadores interiores. En casa aguardamos entre atemorizados y expectantes: estamos dispuestos a desembarazarnos de nuestro congénito abstencionismo y participar, por vez primera, en la fiesta de la democracia. Si los buitres acechan, acudiremos a las urnas… a votar a Rajoy.

7.10.12

Lo malo de Bono

Fue el 8 de abril del 92 cuando José Bono cayó en la cuenta de que "andan días iguales persiguiéndose". Desde entonces, por no ser menos, él también se dedicó a perseguir días. Neruda le abrió los ojos y Ramón Rubial le dio el empujoncito definitivo: el entonces presidente del PSOE le animó "a dejar constancia escrita" de su desencuentro con Guerra, que había respondido a la solicitud de amistad del manchego con su habitual cinismo: "No te puedo impedir que me tengas afecto". Bono, resentido, se borró del guerrismo e inició una serie de anotaciones que llegaron a alcanzar 17.000 folios y que formarán, si nada lo remedia, una trilogía de la que ahora se publica el primer volumen, Les voy a contar. Se aclara en la contratapa del pedantón artefacto que lo que encierra "son los diarios —no las memorias— de un político nada frecuente". Se agradece la advertencia, claro, pues por las vetas entresacadas y aliñadas convenientemente por la prensa amarillenta, uno adivina que eso de memoria tiene poco. Más bien parece un premeditado ejercicio de desmemoria; como si un Alzheimer selectivo se hubiera apoderado de su protagonista, que, faltaría más, luce más listo, más alto y más guapo, ahora que ha recuperado parte del cabello perdido, que cualquiera de sus compañeros de viaje. Bono habla mal, o regular, de todo quisque, incluidos algunos de los que fueron sus amigos, y con cada envenenada semblanza ajena va trazando su paupérrimo autorretrato. Lo malo de Bono es que padece casi todos los vicios de la decadente clase política española y no atesora casi ninguna de sus virtudes. Su libro de memorias, con perdón, debería llamarse "La vuelta a un ombligo en ochocientas páginas", según el acertado aforismo del gran Pepe de la Colina, que se queda corto en la vuelta aunque le sobren páginas.

5.10.12

El silencio de los corderos

Asegura el trascendentalista Thoreau en su correspondencia que "lo que puede expresarse con palabras puede expresarse con nuestra vida". Rajoy, que se ve que no ha leído al ínclito desobediente civil, expresa poco con su vida y menos con sus palabras, que las más de las veces se le enredan sobre sí mismas hasta dar forma a una especie de trabalenguas en el que el orden de los factores sí altera el producto. Algo de eso le sucedió el otro día en medio de una rueda de prensa, cuando hizo malabarismos lingüísticos para volver a decir, ante los periodistas, una cosa y su contraria. Será la falta de costumbre o el pertinaz desapego que el presidente siente por la transparencia comunicativa, el caso es que vino a concluir: "…es muy posible, o que no sea así, lo cual… pues a lo mejor también es posible o no, qué más da". Lo de menos, aquí, es lo que se traía entre manos —el rescate—; lo que importa es el reincidente desprecio de Rajoy por la ciudadanía, destinataria final de sus mensajes. Pero, ¿cómo pedir aprecio por sus gobernados a un preboste trotamundos que va a pasar casi un mes y medio sin someterse a una sesión de control en el Parlamento para poder fumarse un puro en cada puerto, como el Marx (Groucho) de la película? Llamazares ha sintetizado el asunto con tremendismo: "La mayoría absoluta del PP se ha convertido en puro absolutismo". Y el diputado Centella lo ha visto con ojos cinematográficos: "El Gobierno quiere pasar del desprecio al Parlamento que mantiene a lo largo de lo que llevamos de legislatura a algo parecido al silencio de los corderos". El (anti)lorquiano "pastor bobo" ni se inmuta, claro: mira para otro lado para no reparar en su famélico rebaño.

3.10.12

Política por la filosa

Desde que la vimos aparecerse como la encarnación terrenal de la Dolorosa en el Corpus Christi toledano, arropada como Dios manda —luto riguroso, peineta enhiesta, mantilla cobijadora—, en casa supimos que la Cospedal venía para hacerse cargo de los sufridos hijos del Señor, para aliviar sus cuitas. Mas observando, observando, reparamos en los lujosos zarcillos que colgaban de sus orejas y las reventonas perlas que rodeaban su gaznate. Pasó la imagen, pero quedó el contradictorio aroma. Luego supimos que, solo en el bienio anterior a coronarse como gerifalte autonómica, se había embolsado medio millón de euros merced a sus tres generosos pagadores: el Senado, su partido y el Estado; o sea, nosotros. La virginal imagen retornó entonces, poderosa, para quedarse definitivamente. Y a nuestra vera ha permanecido largando sandeces y perogrulladas —"la política es el arte de hacer lo posible con lo que no se tiene" [sic]— hasta hoy, cuando ha asestado un golpe definitivo a su gremio, la política, y a nuestro sistema democrático: los diputados manchegos visitarán el parlamento autonómico solo para distraerse de sus quehaceres cotidianos y por la filosa. Un poner: un electricista se ganará el pan a jornada partida, se acicalará y acudirá con prisas —vive en Albacete— a su asamblea regional —que está en Toledo— porque ese día hay championslíg: en ratos libres como este manejará millones de euros y decidirá el porvenir de sus paisanos. Otro poner: la política volverá a concentrarse en hidalgos hermanados con la guita; los tiesos habrán de buscarse un oficio, o corromperse definitivamente, ahora que el decoro se está perdiendo hasta para robar. Olvida la Cospedal, claro, la disyuntiva weberiana: "O se vive para la política o se vive de la política". Y eso pocos lo pueden atestiguar mejor que ella y sus millonarios asesores y altos directivos.

1.10.12

Escala de grises

Uno, por desgracia, escucha cosas. Un suponer: "España es el único país del mundo que debe enfrentarse a cinco crisis: bancaria, económica, de deuda soberana, política y constitucional, y todas simultáneamente". Uno, mal que le pese, ve cosas. A saber, que el diario con más pedigrí del mundo mundial, según los que saben de esto, ha retratado nuestras miserias consuetudinarias bajo el contundente filtro del blanco y negro. Uno, malaventurado, lee, sobre todo lee, cosas. Como la antisocial letra pequeña de unos presupuestos más presupuestos que nunca. Uno, en fin, escucha, ve y lee, sobre todo lee, cosas. Por consiguiente, uno sabe que, como venía barruntando desde hace meses que parecen años, las cosas andan jodidas en estas machadianas "tierras para el águila". La irrefrenable decoloración —literal, pues el blanco y negro está de moda, y metafórica, pues el porvenir se adivina cada día más oscuro— a la que está siendo sometida en los últimos tiempos esta España mía, esta España nuestra, había de devenir, más temprano que tarde, en una suerte de corralón grisáceo, donde pacen a capricho las (malas) bestias que nos gobiernan mientras a los animales domésticos/domesticados, o sea a nosotros, nos es vetado elegir, siquiera, entre el aliviador blanco o el castigador negro. No quedan, pues, más cojones —con perdón— que adaptarse a malvivir en esta (auto)impuesta pero asfixiante escala de grises. El país ha cedido su soberanía —democráticamente, faltaría más— a un acomplejado mandamás que, como buen (mal) gallego no sabe si sube o si baja en la escalera al infierno: tiñe de negro las canas de su atusado cabello pero luce perlinos los pelos de lo único a lo que aún no ha metido la tijera en nueve meses de mandato: su barba. Su opositor, el mandamenos, ni siquiera precisa teñirse: no le quedan vergüenzas que disimular.