24.12.12

Evasión (fiscal) y victoria

Explicaba Rousseau en La cuestión social que la verdadera igualdad radica "en que ningún ciudadano sea tan rico que pueda comprar a otro ciudadano, ni que sea tan pobre que se vea obligado a venderse". Por desgracia, en España nunca llegamos a rondar esa utopía; ni siquiera cuando abandonamos, a duras penas, el apagado blanco y negro dictatorial y nos adentramos en la democracia coreando "la vida es una tómbola / de luz y de color". La maldita crisis mundial, que los españoles nos hemos tomado, según nuestra costumbre, a la tremenda, no ha hecho sino extremar la brecha que separa a los del taco, cuyo parné se multiplica a velocidades de vértigo, de la inmensa mayoría de tiesos, que los últimos informes publicados desmenuzan así: casi la mitad de la población está en situación de precariedad; y la mitad de la mitad ha caído en ese eufemismo que hemos dado en llamar riesgo de pobreza, lo que, traducido al cristiano, viene a significar que entre diez millones de españoles se ha extendido, como denunciaba Rafael Azcona en La Codorniz de cuando entonces, "la costumbre de no comer con regularidad". Ni siquiera bastan para ello las millonarias limosnas del magnate de los trapitos, Amancio Ortega, que intenta disimular con ridículos gestos de buena voluntad su estreno como segunda mayor fortuna planetaria. Pretende con ello que obviemos que, para los de su casta, no hay afición más provechosa que evadir impuestos, gracias a la connivencia de una justicia reformada a su antojo y a un Gobierno que amenaza con la boca pequeña mientras desprecia los servicios prestados por monsieur Falciani, el joven informático que ha destapado las vergüenzas de la banca mundial poniendo nombre y apellidos a la crème de la crème de los evasores fiscales, incluidos los 659 españolitos que, por política gentileza, seguirán durmiendo tranquilos.

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